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You know, for kids!

"Estaba mirando a un agujero... un agujero negro, y el agujero se abrió mientras miraba... ...y sentí que me caía hacia delante, hundiéndome en la nada." Charles Burns, Agujero negro "El Hoyo... un nombre perfecto... ¡es un PUTO AGUJERO!" Charles Burns, Agujero negro

Pobres agujeros... Su pesado simbolismo nunca ha tenido mucha suerte, la verdad. Y mira que se ha esforzado la media sonrisa, o mueca, según los gustos, que suele acompañarlos. Ya sabéis, la del significado obsceno y las alusiones sexuales, o, para expresarlo de manera postmodernamente correcta, la del “cuerpo eviscerado, carne perforada, hendidura abyecta, palabra herida” o cualquier otra banalidad superprofunda, nunca mejor dicho. Todo eso ha intentado conferirles cierta dignidad, ambigua, claro, pero dignidad a fin de cuentas. Ni por esas. Casi era mejor antes, cuando el significado místico-metafísico-existencial permitía un discurso aparentemente más serio. Entre las dialécticas de interiores y exteriores, profundidades y superficies, abismos nadeantes y fondos oscuros, evasiones y ocultamientos o búsquedas de luz y hoyos infernales, parecía que el agujero desprendía cierta importancia, que ése era su sitio, que se encontraba cómodo. Cuando tales dialécticas comenzaron a resultar sospechosas y de la atracción del abismo sólo queda el letrerito que nos reclama su fotografía, para que no nos despistemos, ¡que es un abismo, que debe atraernos!, entonces la cosa cambia. Sea como sea, y tras las perforaciones del alma, primero, y del cuerpo después, el hecho es que el pobre agujero, por mucho que se ha intentado, por muy negro que se precie, no ha dejado nunca de ser más que eso, un simple agujero. Y aun así nos sigue atrayendo. ¡Claro que nos atrae! ¿Cómo no nos va a atraer si nos pasamos el día queriendo lanzarnos a algo, a lo que sea, para desaparecer por un rato y volver “como nuevos”? Volver a nacer, en efecto, recuperar una mirada inocente “para verlo todo por primera vez”, lanzarnos al agujero para salir de él... supuestamente purificados. No, nunca hemos dejado de ser modernos, ni siquiera cuando fuimos postmodernos. Nadie podrá decir que no lo hemos intentado, de modos cada vez más cutres, es cierto, pero intentos a fin de cuentas. Y, sin embargo, nos siguen atrayendo los agujeros. Casi tanto como los círculos. ¿Cómo representar, entonces, la atracción del agujero... hoy? ¿Cómo podrá hacerlo alguien que ya creó paisajes con hermosísimas salchichas voladoras? Alguien que ya los estudió en su carácter más orgánico, que los insertó perforados en las paredes de salas de exposiciones, que los convirtió en “cuadros” (“los lienzos pintados son agujeros de idealidad perforados en la muda realidad de las paredes”, escribió hace tiempo un filósofo español). Pero, ¿y nosotros? ¿Cómo vamos a creerle? ¿Cómo no tener sospechas maliciosas? ¿Cómo ser capaces, sin morirnos de risa, de escribir algo en tono catálogo, algo del tipo: “la trayectoria del artista muestra una sugerente coherencia al discurrir de la salchicha al agujero”? A Paco Nadie le atraen los abismos románticos y los agujeros oscuros. De acuerdo, no dudamos de él. Pero tampoco podemos dudar de que sabe perfectamente que, hoy, los agujeros pueden ser de chocolate blanco o chocolate negro, que los círculos más interesantes son esos Crop circles “de origen desconocido que aparecen súbitamente, en una sola noche, en los campos de cultivo”, de los que habla Andy Thomas, que el cómic de Charles Burns, Agujero negro, es una de las mejores muestras de la “vida en el agujero”, y que posiblemente la gestualización más acertada del “círculo” es la de Tim Robbins, en El gran salto de los Cohen, remitiendo al hula-hop: “ya sabes, para los chicos”. Sabe muy bien todo eso, sabe de la banalización de lo real, sobre todo de sus metáforas y, entre éstas, especialmente de aquellas que remiten a cierta “profundidad”. Y, aun así, a Paco Nadie le siguen gustando los agujeros, los abismos y su poder para ser horizontes de sucesos o, mejor, como Derrida decía de Baudelaire y su moneda falsa, máquinas de provocar acontecimientos. No ha de extrañar, entonces, su modo de tratarlos: con respeto, con muchísimo respeto, pero sin ninguna pleitesía hacia, y menos nostalgia por, la nada perdida. De ahí que los virtualice, que los represente más perfectos de lo que son, que los fuerce, que los amplíe, que los encadene, que los muestre en negro sobre negro, que los haga hablar con un sonido grave, agudo, ruidoso, silencioso... sonido de agujero. Se muestra así el mayor respeto por algo que sólo ha sido símbolo, sólo metáfora, y lo hace presentándolo en su plenitud más irreal. El artista ya no necesita escatología o, mejor, la ha dejado atrás: es capaz de seguir siendo romántico, aunque no deba, aunque no se pueda... es capaz de convertir un agujero en un abismo, sabiendo que ni hay abismos ni los agujeros son lo que eran. ¿Y qué? De niños todo nos parece enorme, y de eso se trata: you know, for kids!


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